La promesa de descentralización, basada en el cumplimiento del mandato constitucional que la garantiza en el primer artículo de nuestra Carta Política, es uno de los puntos más destacables de la perspectiva de gobierno trazada por el presidente Gustavo Petro al asumir su mandato.
El nuevo mandatario ha fijado incluso unas coordenadas claras al anunciar que la descentralización -cuyo complemento sustancial es la autonomía de las entidades territoriales- irá desde Leticia, hasta Punta Gallinas y desde el Cabo Manglares, hasta la Isla de San José, las latitudes de una Colombia profunda que aguarda una presencia eficaz del Estado en todos sus niveles.
Nada más cierto: Colombia no es solo Bogotá, como lo dijo el jefe del Estado ante una colmada Plaza de Bolívar. Y en ese sentido, las líneas de acción trazadas por la nueva administración para consolidar la paz, cerrar las brechas abiertas por la desigualdad y para alcanzar el objetivo superior de la que denominó soberanía alimentaria lleva tácita la necesidad de un fortalecimiento de las entidades territoriales.
Su ánimo reivindicatorio de las regiones recorre todo el decálogo de sus objetivos. Su sentencia más destacable, quizá aquella que mejor convoca su llamado a la unidad, es aquella que pregona que la paz es posible si se desata en todas las regiones el diálogo social. La dimensión de ese propósito no deja dudas si, adicionalmente, tenemos en cuenta que el primer mandatario le confirió carácter “vinculante” a los diálogos regionales.
El contexto del diálogo social y del diálogo regional abarcará, necesariamente, una mayor concertación con las comunidades y administraciones regionales respecto a los mecanismos de planeación y ejecución contemplados en los nuevos planes de desarrollo y en la construcción de las iniciativas de ley que garantizarán que las obligaciones y compromisos que surjan de allí tengan el respaldo financiero y presupuestal necesario. El nuevo papel asignado a las regiones servirá para delinear más claramente los caminos de la convivencia a los que alude el presidente.
Otro punto de capital importancia, que requiere el respaldo ciudadano y también su ánimo vigilante, es la incorporación de los armados que se acojan a las propuestas de paz para cambiar las armas por herramientas de trabajo que les permitirá incluso ser actores vitales de una economía próspera y legal que contribuya a sacar del atraso a todas las regiones.
Las resistencias propias que genera todo cambio deben ceder para abrir un espacio más amplio a la concertación a los que nos venimos refiriendo. Sobre todo, cuando está de por medio la promesa presidencial en el sentido de que los impuestos no serán confiscatorios, sino justos y puestos al servicio del cumplimiento del objetivo de frenar la desigualdad.
Si desaparece el espectro de la confiscación, el resultado favorecerá también la iniciativa de empotrar el modelo económico sobre el trípode de la producción, el trabajo y el conocimiento. Es cierto que los impuestos deben ser sinónimo de solidaridad social y humana y lo es también que la disciplina y la capacidad fiscal de las entidades territoriales serán fuerza de impulso a una empresa que, como bien lo dice el presidente Petro, debe ir mucho más allá de la caridad con quienes sufren por la exclusión, la pobreza y la desigualdad.
De interés especial para las regiones resulta también el anuncio sobre el despliegue de una cruzada por la protección de la Amazonía como pulmón de la humanidad. Los esfuerzos han estado basados hasta ahora en la buena intención, pero limitada capacidad de los departamentos que tienen presencia territorial allí y por eso el rescate del pulmón de la humanidad representa una obligación para la comunidad internacional.
La selva amazónica ha quedado bien descrita como una “esponja de absorción” de gases de efecto invernadero que se producen, especialmente, en los países más industrializados. Por eso, la propuesta de cambiar la deuda externa y utilizar los excedentes para preservar el derecho mundial a un ambiente sano podrá ser discutible pero no descabellada.
Los departamentos escuchan con expectativas favorables las palabras del presidente cuando dice que el diálogo será su método y los acuerdos su objetivo. También cuando afirma que es hora de superar los bloques y las diferencias ideológicas y contar, no con dos países, sino con uno solo: unido, solidario, participativo y descentralizado.