Los resultados de las elecciones del 13 de marzo nos dejan, por los menos, tres conclusiones fundamentales sobre el rumbo que busca el país -un país de regiones- y sobre los cambios que los ciudadanos quieren ver reflejados en la dinámica de las contiendas democráticas.
La primera conclusión está relacionada con la promoción y el fortalecimiento de los liderazgos políticos forjados en las regiones. Tres ejemplos bastarían para ilustrarlo: Francia Márquez, cuya plataforma surgió de su condición de lideresa social entre sectores étnicos de su Cauca natal, obtuvo unos resultados interesantes. Carlos Amaya, aquel líder estudiantil que gobernó con éxito al departamento de Boyacá, alcanzó una importante votación y Federico Gutiérrez, alcanzó la mayoría para representar a una de las consultas interpartidistas.
El “factor regional”, como podría llamarse a esta creciente tendencia, se reflejó tanto en los resultados de las consultas internas de partidos y movimientos, que fueron capaces de construir coaliciones ampliamente representativas, como en el de los comicios parlamentarios, donde los partidos históricos y las tendencias de centro cobraron un nuevo vigor.
La segunda conclusión es que los colombianos estamos preparados para vivir la fiesta de la democracia en paz, para respetarnos desde nuestras diferencias y para celebrar unas elecciones en las que todos tendremos espacio y capacidad para defender el mensaje de la unidad y de reivindicar los intereses de los territorios. De hecho, la política entendida como vocación de servicio no debe ser hecha para remarcar exclusiones. Es la construcción de consensos el factor que la aleja de ese riesgo.
La democracia no debe ser vista en blanco sobre negro ni entendida como un ejercicio predictivo. Así comienza a demostrarlo el hecho de que el 13 de marzo los candidatos de los movimientos alternativos hayan alcanzado el 35% de representatividad en el Congreso y que los partidos liberal y conservador, las dos principales fuerzas históricas, hayan logrado el 65%.
Esas cifras nos conducen hacia una tercera conclusión: el país necesita propuestas de desarrollo con enfoque diferencial y territorial, que fortalezcan las estructuras económicas a través de proyectos sostenibles y de innovación.
Los electores reclaman iniciativas que impulsen el emprendimiento e ideas que contribuyan a preservar la estabilidad institucional, sin dejar de lado los derechos sociales de las franjas de población más vulnerables.
Las tres conclusiones cazan bien como fichas del tablero de la política nacional. La suma de los liderazgos regionales, del fortalecimiento de los partidos y movimientos de centro en el Congreso y la búsqueda de un desarrollo con enfoque territorial sintetizan, a su vez, las más sentidas aspiraciones nacionales.
Los resultados del 13 de marzo significan también que los colombianos ya no quieren más conatos de polarización y de división, sino que tienen el nuevo empeño de apoyar todos los esfuerzos que se hagan en aras de la unidad. Y es que diversidad y pluralismo son insumos que pueden ser puestos al servicio de la unidad y no de las divisiones perniciosas y peligrosas.
La campaña presidencial que comienza en firme seguramente estará ampliamente influida por las tendencias que se hicieron visibles en las elecciones del 13 de marzo y muy especialmente en los resultados sobre la configuración de las cámaras legislativas. El prisma de la política tiene unos matices interesantes e iluminará, a no dudarlo, aquella propuesta que se aparte del dogmatismo extremista y sea capaz de conciliar intereses diversos. Al fin y al cabo, la diversidad hace parte de la esencia de una democracia.
Algo es previsible desde ya: el tono del debate cambiará. En mayo quedará claro que quien sea capaz de armonizar las necesidades y los intereses de todos conseguirá el respaldo mayoritario y sólido de un país en el que cada día tienen mayor incidencia la voz y el voto de sus regiones.