El crecimiento sostenido de nuestras exportaciones de productos agrícolas, que durante el primer bimestre del año fue del 34,6 %, ha sido una de las noticias más positivas en el contexto de la reactivación de la economía colombiana y una demostración palmaria de la capacidad de uno de los sectores más resilientes en el escenario de las crisis internacionales.
Los 1.876 millones de dólares que, según cifras del Ministerio de Agricultura, significaron durante enero y febrero las ventas al exterior de café y flores, pero también de productos no tradicionales como el cacao y el aceite de palma, tienen no solo un peso específico en la balanza exportadora. Revisten un significado especial en momentos en que la producción de insumos fertilizantes -afectada, entre sus causas principales, por el conflicto entre Rusia y Ucrania- exige a los países esfuerzos especiales para garantizar su abastecimiento.
El vigor de la producción agrícola, sumado a las capacidades del sector pecuario, le permitirán al país garantizar progresivamente la autosuficiencia, consolidar su capacidad como despensa mundial de alimentos y asegurar los ingresos adicionales que anhelan, con derecho propio y bien ganado, los productores de todas las regiones.
Estas reflexiones conducen a una conclusión adicional. Es innegable el impacto que la dinámica del sector agropecuario está teniendo en el crecimiento. El índice de Seguimiento de la Economía (ISE), preparado por el Dane, muestra que durante febrero el crecimiento alcanzó el 8,1 %. Si lo analizamos con detenimiento, encontramos que las denominadas “actividades primarias”, entre las que se encuentran precisamente la agricultura y la ganadería, subieron casi un punto porcentual, resultado nada despreciable en medio de las secuelas que han dejado las crisis.
Ahora bien, al estudiar estas cifras, los mercados y algunos expertos suelen quedarse con las más relevantes por su dimensión (el 10,1 % del crecimiento de la industria manufacturera y de la construcción, por ejemplo), pero si las desglosan por efecto estacional, encontrarán que las actividades primarias fueron las que más avanzaron durante el último mes, al crecer 1,6 %. Desde ese ángulo, los análisis resultan más equilibrados y objetivos.
Las perspectivas del agro son también favorables si las relacionamos con las previsiones del Fondo Monetario Internacional en el sentido de que el Producto Interno Bruto del país crecerá 5,5 %, más de tres puntos por encima del resto de los países de América Latina. ¿A qué atribuye el FMI ese potencial crecimiento? Esencialmente, a la recuperación de las inversiones y al crecimiento de las exportaciones.
Pues bien, el rol exportador del sector agropecuario es cada vez más protagónico. En solo cuatro años, contados a partir de 2018, su participación en la canasta ha crecido del 20,4 al 23,4 % y conserva su tendencia ascendente.
Vale colegir entonces que si la inversión y las exportaciones son las fibras más fuertes del músculo del PIB, es peligroso pensar en desestimularlas con fórmulas populistas que anuncian forzosas sustituciones en la canasta exportadora y que amenazan, con argumentos disfrazados de políticas sobre sostenibilidad, con alejar la inversión extranjera.
Si las perspectivas del agro son favorables, si el campo protegido con políticas estables le da a Colombia un perfil de despensa y potencia en ese ámbito de la producción, ¿por qué pensar en alejarle a sus aliados? Si lo hacemos, podríamos estar tirando por la borda resultados que muestran que el sector agropecuario superó ya en 10 % las metas que se había trazado para el último cuatrienio.
Pensémoslo bien, es cuando más impulso hay que darle a este renglón de la economía para que sea el verdadero detonante y dinamizador de la economía y el desarrollo social que garantice el abastecimiento y el cierre de brechas, a un sector durante décadas desprotegido.