Los colombianos tenemos una enorme deuda de gratitud con dos sectores que han sido fundamentales para que el país haya podido sortear los efectos de una crisis que impactó a todos los rincones y población del mundo: el agro y la construcción.
Los productores del campo -héroes invisibles de espíritu indoblegable- han garantizado durante estos tiempos del covid-19 el abastecimiento y la seguridad alimentaria del país. Lo han hecho incluso en medio de circunstancias extremas que pusieron en riesgo la estabilidad económica.
Por otro lado, gracias al dinamismo de su actividad, la construcción se convirtió en la mayor fuerza dinámica de la generación de empleo y, de acuerdo con previsiones técnicas, al finalizar 2021 habrá creado 150.000 nuevos puestos de trabajo y su crecimiento representará el 8,6 por ciento del producto interno bruto.
¿Cómo devolverles, más allá de la compensación, lo que los dos sectores le están aportando a Colombia? Una respuesta integral debe tener como punto de partida la aplicación de políticas concertadas para hacer del campo un sector aspiracional, es decir, convertirlo en atractivo para la formación de profesionales jóvenes que no parecen haber encontrado los alicientes necesarios para estudiarlo y desarrollarlo.
En cuanto a la construcción, sector que ha liderado el proceso de reactivación económica, es preciso favorecer su desarrollo a partir de herramientas estructurales que permitan resolver, de manera expedita, los conflictos sobre el uso del suelo. Los planes y esquemas de ordenamiento territorial, los POD, POT y los EOT, necesitan refuerzos para que resulten más certeros en la búsqueda del objetivo de conseguir la recuperación económica con responsabilidad ambiental. En esa misma medida, el catastro multipropósito nunca ha sido tan fundamental como en estos tiempos.
Encontrar las respuestas y soluciones certeras y efectivas es una tarea que demanda los esfuerzos de los sectores público, privado, de la academia y de una ciudadanía participativa, por supuesto.
Las alternativas para lograrlo comenzaron a ser discutidas en el primero de una serie de foros regionales organizados por la Federación Nacional de Departamentos. La región Centro-Oriente estuvo representada en el foro que acaba de realizarse en Mosquera, Cundinamarca. Allí estuvieron presentes representantes excelsos de esos dos sectores, incluidos los presidentes de Camacol y de la Sociedad de Agricultores de Colombia y de Fedepanela y líderes empresariales como los presidentes de Alquería y de las constructoras Amarilo y Capital. Por la academia estuvieron presentes el rector de la Universidad Industrial de Santander y el vicerrector de la Universidad de los Andes y por los gobiernos departamentales los gobernadores de Cundinamarca y Boyacá.
Es esta región precisamente una de las zonas donde los sectores no solo han desplegado algunos de sus mayores y más representativos esfuerzos para darle un perfil social al proceso de reactivación económico, sino también un motor de desarrollo y líder en la vacunación masiva del país.
El diálogo intersectorial ha servido para hacer visibles los primeros signos de una nueva y esperanzadora realidad. Ambos sectores cuentan con los atributos para dinamizar su crecimiento a través de encadenamientos productivos y también para superar las brechas que se advierten en el ámbito del desarrollo internacional.
Por ejemplo, el agro, que ha contribuido a reducir sensiblemente la pobreza en el país, tiene en la región productos líderes como el cacao, la floricultura, la panela y la palma de aceite, por citar solo algunos de los más importantes. Esta región, compuesta por los departamentos de Cundinamarca, Boyacá, Santander y Norte de Santander cuenta con una extensión territorial de 100.000 kilómetros cuadrados, comparable a la de Corea del Sur y con una mayor extensión de suelos productivos que Paraguay. Sin embargo, el 30 por ciento de la industria del cacao se concentra en Ámsterdam, cuando Países Bajos no produce un solo grano. ¿Qué significa eso? Simple y llanamente que nos hace falta pensar en valor agregado para nuestra producción.
Otra alternativa de financiación y potencialización de estos dos sectores es el renovado Sistema General de Regalías, impulsado desde las regiones, que les permite hoy a los departamentos contar con recursos del orden de los $15 billones para invertir en proyectos productivos en ambos sectores y contribuir a su consolidación como líderes de la reactivación económica.
Para números concretos, con esperanzas bien cifradas, se espera que la reactivación del sector de la construcción represente cerca de 4,2 billones de pesos en demanda de insumos y materiales de todo tipo.
Por su parte, la cadena de alimentos del agro en el país fue la única que registró una dinámica positiva en sus exportaciones. Llegó a los USD$ 5.683 millones, un 3,6 % más respecto al mismo período de 2019. De hecho, para la región centro oriente es el segundo sector más relevante. El sector apalanca las zonas rurales del país y ha contribuido a que la pobreza allí se reduzca 5,3 puntos porcentuales.
Hay espacio para un optimismo razonable por la perspectiva que muestra particularmente el agro, salvavidas invisible durante la pandemia.